Un recorrido histórico por los astilleros españoles

El naval ha sido el sector por excelencia en la economía y la sociedad del norte de España. Cientos de años de tradición marítima reflejada en la iconografía naval de pueblos y villas de la cornisa cantábrica que también ha dejado huella en el resto del país.

Ya en la época romana hay existencia de los primeros pasos en la construcción de navíos rudimentarios aunque es en la Edad Media cuando comienza su empuje en el norte peninsular gracias a la abundancia de madera y hierro.

Durante los siglos XIV y XV la construcción naval se centra con gran peso en las provincias vascas y en Cantabria, donde da nombre a las Cuatro Villas de la Mar: Castro Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera.

Y será con los Reyes Católicos cuando las incipientes industrias navieras den un salto cualitativo. Los monarcas otorgaron ventajas fiscales y protegieron las actividades navieras con medidas proteccionistas. En el caso de la ría de Bilbao son las autoridades municipales las que favorecen el surgimiento de los astilleros y de la industria de suministros navales.

Durante la Edad Moderna, los astilleros del Cantábrico se especializaron en la construcción de naves oceánicas capaces de cruzar el Atlántico. Muchas de ellos se integrarían en las flotas de Indias.

Durante el reinado de Felipe III, en el siglo XVII, un periodo marcado por la austeridad, se abandona la tradicional construcción de grandes galeones por otros más ligeros, rápidos y más maniobrables. Además, aparece la figura del armador privado por resultar más barato aunque con los inconvenientes de emplear calidades inferiores para ahorrar costes. Se debilitaban las naves buscando una mayor capacidad de carga en las bodegas.

Los astilleros tal y como se concibe hoy en día tienen su primitivo origen en el nacimiento de los Estados Nación y la necesidad de éstos de construir, mantener y abastecer a toda una industria marítima dedicada a sus Armadas. Desde la llegada de la dinastía de los Borbones (1700), el objetivo primordial es la creación de una flota naval permanente.

A partir de la derrota en Trafalgar (1805), la construcción naval queda paralizada, especialmente con los procesos de independencias en las colonias americanas. Y la construcción naval en las primeras décadas del XIX se basa en tecnologías clásicas de la navegación a vela, razón por la que se adquieran buques de hierro y vapor en otros países. Hay que recordar que, a partir de 1820 surgen en Inglaterra los primeros barcos de hierro, un hecho que desecha la vela definitivamente.

Hasta finales de siglo no se cuenta con una industria siderúrgica potente para adaptarse a este cambio, y aún se tardará más en contar con maquinaria propia para lograr en España el paso de la propulsión de la vela al vapor. No obstante, la Ley de Escuadra de 1887, basada en la necesidad del Estado de modernizar las escuadras de combate, se convierte en una inyección para el sector. El Astillero del Nervión construye tres acorazados: el Infanta María Teresa, el Vizcaya y el Almirante Oquendo.

Llegados al siglo XX, asistimos a unos primeros años de bonanza, especialmente para Bilbao, ya que se aprovecha la coyuntura ofrecida por la Primera Guerra Mundial y la neutralidad de España.

A partir de aquí, hemos asistido a la reconversión del sector como forma de adaptarse a la globalización y de resultar competitivos a nivel mundial.

Fuente: El Correo